A raíz de las sanciones contra Rusia, los civiles pasan el verano sin trabajo, medios de comunicación y bienes asequibles.
(foto: Un idílico pueblo ruso de dachas (casas de campo) durante el verano. Franz Marc Frei / Getty)
Por Nadezhda Azhgikhina (publicado originalmente en The Nation 3-8-2022)
Como muchos moscovitas, paso este verano en la casa de campo. En 2022, hay muchas más personas que en años anteriores de vacaciones en nuestro pueblo, ubicado cerca del antiguo cruce de Obiralovka, donde Lev Tolstoy arrojó a Anna Karenina debajo de un tren (las mujeres dejan ramos de flores en la placa conmemorativa de la estación, pensando que Anna fue una víctima real de un amor infeliz y no un personaje ficticio). Una razón por la que hay más gente es el desarrollo de Internet; muchos continúan trabajando de forma remota, lo que comenzaron a hacer durante la pandemia. Además, casi todos los que suelen disfrutar sus vacaciones en el extranjero están pasando el verano de 2022 en Rusia debido a las sanciones internacionales.
La “operación especial” en Ucrania que comenzó el 24 de febrero ha cambiado radicalmente la vida de muchos rusos, en particular de las personas de clase media, intelectuales y activistas.
A medida que se impusieron las sanciones occidentales contra Rusia, casi todas las principales empresas internacionales y sus filiales abandonaron el país, dejando a miles de especialistas sin trabajo. Muchos eruditos, médicos, músicos y atletas rusos están siendo expulsados de asociaciones y universidades internacionales y están excluidos de conciertos y competiciones, mientras que las universidades e instituciones educativas rusas han cancelado los programas de cooperación internacional e intercambio de estudiantes. Una cortina de hierro ha caído precipitadamente desde ambos lados. Las nuevas leyes y reglas han hecho que la discusión política sea casi imposible en público y casi todos los medios de comunicación independientes han sido cerrados o han decidido cerrar.
La lista de “agentes extranjeros” se actualiza regularmente con nuevos nombres de periodistas y activistas por los derechos humanos. Este proceso se ve favorecido por denuncias de “ciudadanos vigilantes”, una práctica soviética olvidada hace mucho tiempo. Según datos de organizaciones de derechos humanos, a mediados del verano fueron bloqueados caso 200 medios de comunicación – tanto en línea como tradicionales- y se iniciaron más de 150 casos penales y más de 200 casos administrativos bajo las nuevas leyes sobre noticias falsas y desprestigio del ejército.
Decenas de activistas, periodistas y especialistas en tecnologías de la información han abandonado el país y se encuentran en una situación difícil, incluso insostenible para ellos: los bancos rusos están bajo sanciones y ellos no pueden usar sus tarjetas de crédito ni transferir dinero desde Rusia.
Al mismo tiempo, las personas que viven en pueblos pequeños o regiones pobres, o que trabajan para el estado, o que nunca han estado en el extranjero ni se han preocupado por la política, no han visto cambios serios. Los precios de los comestibles han subido, pero no mucho. Las familias pobres y los jubilados recibieron pequeños (pero perceptibles para ellos) subsidios estatales y otros beneficios.
Hay que decir que en toda Rusia están disponibles las más variadas fuentes de información, incluso los medios extranjeros bloqueados. A estos recursos se puede acceder mediante la simple adquisición de una red privada virtual (la propiedad de VPN es gratuita y no delictiva; lo que es punible es difundir información crítica). Pero no todo el mundo está interesado en opiniones alternativas.
Esta primavera, los analistas Natalya Zabarevich y Yevgeny Gonmakher predijeron que la “operación especial” y las sanciones afectarían más a la clase media, educada y pro-occidental. Los pobres seguirían siendo pobres y los ricos y los funcionarios continuarían en sus posiciones privilegiadas. El fundador del Partido Yabloko, Grigory Yavlinsky, advirtió sobre los peligros de la creciente brecha de riqueza. Está claro hoy que las diferencias de clase son muy significativas. Tres estratos de la sociedad viven en mundos diferentes, experimentando los acontecimientos a su manera.
En la comunidad donde está nuestra dacha hay representantes de las tres clases sociales. Mi vecino empresario está construyendo una segunda “cabaña” en su parcela. Antes de 2014, trabajaba en productos derivados del petróleo, pero después de la introducción de sanciones contra Rusia cambió a la importación de piezas de recambio y la producción de “parmesano ruso”. Su esposa continúa comprando el verdadero queso italiano en Europa. Sus hijos viven en España y él los visitó recientemente. Piensa que Rusia no tuvo más remedio que iniciar la “operación” en Ucrania.
Él es el único construyendo en la comunidad. Los precios de los materiales de construcción, muchos de los cuales son importados, se han triplicado. Los precios de los automóviles, los aparatos y los electrodomésticos se han disparado.
Los comestibles, los productos farmacéuticos y los alimentos esenciales no han aumentado mucho de precio. Los estantes de las tiendas están tan abastecidos como antes. La escasez prevista en primavera no se ha producido. Algunas marcas cerraron sus boutiques, pero rápidamente aparecieron cosméticos y ropa de moda en otras tiendas, a un precio mucho más alto. Sin embargo, la demanda sigue siendo alta y la gente sigue gastando.
Los restaurantes en Moscú y sus alrededores están llenos y no puedes entrar sin reserva. Es posible que McDonald’s y Starbucks se hayan ido de Rusia, pero han sido reemplazados por cafés de propiedad rusa con otros nombres y productos similares. Los rusos se han convertido en ávidos consumidores en los últimos años y las autoridades lo entienden. Los servicios de reparto en nuestra comunidad funcionan sin problemas.
A la esposa del empresario le llegan cosméticos y otros paquetes misteriosos, mientras que su personal de mantenimiento, un ex electricista de un pueblo vecino, recibe cerveza y publicaciones nacionalistas. Apoya firmemente la “operación especial” en Ucrania y, a veces, llama a los compañeros bebedores en el bar local para que vayan a “luchar contra los nazis”. Su esposa, veterinaria, líder del movimiento local por los derechos de los animales y participante habitual en las protestas de los últimos años, fue multada recientemente por un piquete contra la guerra. Marido y mujer no hablan de política. Gastan todo su dinero en formar a su hijo adolescente: es el campeón ruso de kárate y espera que pronto se levanten las sanciones y pueda participar en los próximos Juegos Olímpicos. Su hijo mayor, especialista en informática, se mudó a Georgia al comienzo de la operación militar.
Mis viejos amigos en la dacha (escritores, médicos, maestros, ingenieros) y nuestras largas conversaciones vespertinas este verano me recuerdan a las que tuvo la intelectualidad soviética, nuestros padres, durante los años de “estancamiento” de Brezhnev. Discutimos las últimas noticias y declaraciones en Internet y todas las noches hablamos sobre lo que le pasó a nuestro país, cómo perdimos aquello por lo que habíamos luchado en agosto de 1991 y los siguientes 30 años y cómo se vive ahora. Hablamos sobre cómo debemos completar las conversaciones de hace 30 años que no evaluaron con claridad el pasado soviético; sobre cómo todavía no es demasiado tarde para hacerlo. Lo que cada uno de nosotros, en la universidad, los negocios, la escuela, puede hacer para resistir el regreso del totalitarismo.
Después de todo, la historia no depende solo de las tendencias globales sino también de personas reales. La perestroika no fue creada solo por Gorbachov y Reagan, sino por los millones de soviéticos que creían en el cambio e inspiraron a Gorbachov. Al igual que los estadounidenses, que creían que la Guerra Fría tenía que terminar. Esa experiencia de resistencia interior al totalitarismo naciente es hoy sumamente importante.
Al igual que los 300 años de resistencia de los intelectuales, periodistas y escritores rusos a la censura y la arbitrariedad. Da fuerza. La experiencia de la resistencia a las prohibiciones, la censura y la presión estatal está volviendo a la práctica cotidiana rusa, y ciertamente conducirá a la victoria del sentido común. Esto es lo que dicen mis amigos de la dacha y muchas otras personas en Moscú y otras ciudades rusas. Esto nos da esperanza.
Tradución del ruso al inglés por Antonina W. Bouis. Traducción al español de Teresa Carreras y Manu Mediavilla.
NADEZHDA AZHGIKHINA es periodista, directora de PEN Moscú y coordinadora de GAMAG Rusia.